La interconexión existente en cuanto a lenguajes artísticos entre una instalación artística y la arteterapia se enmarca en relación con aspectos tales como: el espacio, siendo el lugar arquitectónico de transformación; el tiempo, planteado como acción en la experiencia, los objetos que esta cobija, la luz y su repercusión perceptiva y, por último, el sonido que, como material intangible forma parte sensorial y contribuye a la concepción espacial de la obra. Introduciendo los elementos particulares de contraste capaces de recrearse en la imprevisibilidad, se pretende estimular el interés y la curiosidad, es decir, provocar la activación de nuestros sistemas cerebrales de atención.

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A través de los propios elementos que ofrece la instalación como espacio de la indagación en base a la potenciación de propia concepción, los visitantes pueden explorarse, conocerse, expresarse, y transformarse.

 

De este modo, la instalación, establecida como un espacio para reconocerse, ayuda a encontrar vías hacia un proceso personal de crecimiento y transformación.

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